Los niños, como seres dependientes que son, tienen una necesidad natural de asegurar su supervivencia y, por muy pequeños que sean, saben que para garantizarla, nos necesitan.
Pero los días, los meses y los años van pasando mucho más rápido que esas noches que nos parecen interminables entre llantos, desvelos, tetas, biberones y cambios de pañales y así, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos corriendo detrás de nuestros peques que se han convertido en los correcaminos del parque.
Hoy te traigo un post que te debo desde hace tiempo, con un tema que nos suele preocupar y agobiar -casi por partes iguales- a papás y mamás de todos los tiempos, (porque aunque nuestros padres y abuelos no lo recuerden) todos hemos pasado por las temidas rabietas.
Así que vamos a profundizar sobre qué son, por qué se producen, si son normales, si se pueden evitar, qué podemos hacer cuando nuestros hijos están en plena rabieta, qué no debemos hacer y por supuesto, cómo podemos evitar contagiarnos de esas explosiones emocionales que a veces nos llevan a patalear junto a nuestros hijos.
Así que coge papel y boli porque… ¡comenzamos!
¿Qué es una rabieta?
Tengo que reconocer que es un término que no me gusta porque creo que se usa de forma despectiva con los niños (con los adultos nadie lo utiliza y, sin embargo, también nos enrabietamos) pero entiendo que es la forma común de llamar a estas explosiones de nuestros peques por lo que, sin entrar en más debates, me centro en explicarte que una rabieta no es más que una manifestación muy, muy, muy intensa de las emociones relacionadas con el enfado, la rabia, la ira y la tristeza.
Las rabietas se asocian a las edades comprendidas entre los 2 y los 5 años, aunque es cierto que podemos ver rabietas en niños más pequeños o más mayores, todo dependerá de la evolución de cada niño.
Hay que tener en cuenta que el desarrollo y evolución de cada peque son periodos personales, porque cada uno de nosotros somos únicos, diferentes y como tal, debemos ser tratados.
Te prometo que es una etapa transitoria del desarrollo de nuestros hijos, totalmente normal y por la que no debemos preocuparnos, pero sí ocuparnos. Entiendo que cuando nos toca vivirlas nos estresan, nos preocupan, no entendemos a los niños, no sabemos cómo abordarlas e incluso podemos poner en duda la educación respetuosa.
Pero el cerebro de nuestros hijos está creciendo, evolucionando, aprendiendo, madurando y si somos conscientes de ello, seremos más realistas a la hora de exigirles según qué cosas por la edad que tienen y sabremos diferenciar cuándo será mejor respirar hondo, armarnos de paciencia, comprender la etapa madurativa por la que están pasando, seguir empleando estrategias que favorezcan su desarrollo en todos los niveles y garanticen la dignidad y el respeto que merecen y necesitan los niños.
Y es que, acompañar a un niño feliz y alegre es muy fácil, nos encanta contagiarnos de esas emociones, pero cuando hablamos de rabia, frustración, tristeza o enfado, nos gusta un poquito menos, ¿verdad?
Los terribles… ¿dos, tres, cuatro o cinco?
Los adultos tenemos la mala costumbre de etiquetarlo todo porque como padres nos da cierta sensación de seguridad o anticipación sobre “lo que se nos avecina”.
Así que seguro que has escuchado por multitud de sitios hablar de los terribles dos, pero te adelanto que una vez pasan los dos, vienen las rabietas de los tres y después… las de los cuatro, ¿cuáles son peores? No quiero asustarte ni hacerte spoilers innecesarios, lo irás descubriendo con el paso de los años…
Pero si te soy sincera, no sé cómo la humanidad no se ha extinguido ya con toda la mala fama que le damos a la infancia ni cómo nos quedan ganas de reproducirnos y, peor aún, repetir en esto de la ma-paternidad.
¡Hay quien tiene hasta 5 hijos! Esa pareja seguro que está un poco loca, ¿no crees?
Bromas a parte, los terribles dos no existen como tal, a veces lo que queremos manifestar cuando hablamos de los terribles dos es simplemente que los niños han ido adquiriendo autonomía, nuevas habilidades y recursos, un poquito de distancia con sus padres y, por supuesto, quieres demostrarlo porque hacer las cosas por uno mismo es muy emocionante y mola un montón.
Entonces, ¿qué es lo que ocurre en torno a los dos años? Que los niños tienen mucha más destreza, habilidad y autonomía que pueden y quieren manifestar.
Te animo a hacer una pequeña reflexión. ¿Cuántas veces a lo largo de su infancia le has dicho a tu hijo o hija ten cuidado, no hagas esto, no toques, no juegues ahí, no saltes, no vayas…? ¿Puede que le hayamos repetido muchas veces no? ¿No sería más productivo dedicarnos a montar un ambiente preparado de seguridad para que puedan moverse con libertad? ¿Cómo te sentirías tú si a cada paso que das tuvieses a alguien detrás diciendote no, no, no? Quizás también tengamos que asumir nuestra parte de responsabilidad en todo esto.
Hay ocasiones en las que podemos llegar a ser muy sobreprotectores y nuestros hijos tienen una necesidad innata de experimentar y aprender de todo lo que les rodea, comprobando que todo lo que hacen tiene una consecuencia, una reacción, tanto de los objetos que tienen a su alrededor como de los adultos que le rodean y le dicen cosas, consiguen atención, que verbalicen qué es lo que quieren, qué esperan de ellos, qué pueden hacer y qué no… Situaciones que dan una sensación de poder cuanto menos interesante.
¿Por qué surgen las rabietas?
Principalmente porque hay una necesidad básica que necesitan cubrir y no está siendo satisfecha, también puede ser porque el niño no ha conseguido lo que quería o porque algo no ha salido como deseaba, algo que nos ocurre a todos.
Es fundamental conocer el desarrollo de los niños, su maduración, el desarrollo cerebral que tienen para entender sus comportamientos, poder empatizar, conectar con ellos, con sus necesidades y así, ayudarles a volver a conectarse, a integrar su cerebro, teniendo en cuenta las limitaciones propias de la edad y maduración de nuestro hijo.
También es muy interesante entender la lógica privada a la que hace referencia Alfred Adler en su psicología individual sobre cómo percibimos, interpretamos, montamos nuestro sistema de creencias y a partir de ahí, tomamos decisiones (más o menos acertadas), si te interesa déjamelo en comentarios y preparo un post profundizando un poquito más sobre este tema.
Sé que es complicado y que requiere de muchísimo autoconocimiento el conseguir no contagiarnos, estar centrados, pero para eso somos los adultos. A veces el que sale disparado es nuestro niño interior que se contagia de la emoción y que quizá no fue tratado con el respeto y la amabilidad que en ese momento necesitaba, pero ahora nos toca controlarlo, no es el momento de que salga, sino de atender a nuestro hijo siendo el adulto que necesitan en ese momento.
Creo que es interesante que reflexionemos sobre las rabietas, sobre el comportamiento que estamos viendo, esa manifestación de rabia, ese momento en el que se tiran en el suelo, en el que patalea, grita, llora, ¿qué es lo que vemos? ¿Qué es lo que no estamos viendo?
Porque quizá lo que no estamos entendiendo es que nuestro hijo es tan pequeño que tiene una ausencia de lenguaje que le impide comunicarse como le gustaría, quizá no puede explicarnos lo que está sintiendo emocionalmente, no encuentra palabras, no tiene aún el vocabulario necesario para hacerlo.
Si le decimos deja de llorar, deja de comportarte así, no estamos viendo más allá de ese comportamiento, eso que hay debajo y a lo que realmente debemos ponerle remedio, sobre lo que debemos trabajar.
A veces las rabietas se producen simplemente porque hay muchísimo estrés, una situación muy estresante y estallan en rabia. También puede haber una necesidad física, (hambre, sueño, sed…).
Debemos intentar no quedarnos en el estallido y ver qué hay debajo. Una rabieta, al igual que cualquier momento de dificultad, supone una oportunidad para aprender nosotros como padres a ser modelos de buenas conductas, esta frase que siempre me gusta recordaros para enseñar a los niños como hay que ir adquiriendo las habilidades sociales y de vida.
Porque en ese momento que estalla la rabieta podríamos actuar como se ha actuado muchas veces, con rabia, ira, enfado, ¿pero qué les estamos enseñando a nuestros hijos? Que cuando alguien estalla tenemos que actuar así o también podemos decidir enseñar a tener paciencia, tolerar, tener respeto, acompañar, tener calma…
Yo creo que esta segunda opción nos gusta más a todos, y aunque sé que a veces es difícil de mantener, con trabajo y constancia, ¡es posible!
A los pequeñines las rabietas les enseña a tolerar la frustración. Si los niños no se enfrentan a momentos frustrantes para ellos, no pueden aprender a gestionar ese sentimiento. Si todo les sale como quieren, si todo les sale inmediatamente y todas sus necesidades están cubiertas, ¿cómo se adquiere la resiliencia?
¿Se pueden prevenir?
Sí, hay momentos en los que los padres, que somos los adultos, los más racionales, los que tenemos el cerebro totalmente desarrollado, podemos anticiparnos para que no estallen porque tienen muchísima hambre, cansancio o si estamos en una sobremesa muy larga, podemos gestionar momentos en los que salgamos con el niño para que tenga el movimiento y autonomía que necesita, porque una sobremesa de una hora para ellos es horrible, durísimo y es normal que acaben estallando en rabia.
También hay otro tipo de rabietas que son prevenibles pero no vamos a poder evitar porque su seguridad está en juego, su salud está en riesgo o porque es un límite que hemos acordado previamente y debemos cumplir todos.
Conectar con ellos, intentar ver qué hay debajo de esa reacción, explicar, informar, anticipar… y aún así, habrá veces que estallen en rabieta porque no entiendan la importancia de lo que les decimos.
Y habrá rabietas que por la propia inmadurez de la infancia y la frustración tan grande que se ha generado, se produce una desconexión brutal entre los hemisferios del cerebro de nuestros hijos que no vamos a poder prevenir ni evitar.
Lo que sí y no debemos hacer durante una rabieta
En esos momentos nos toca estar ahí, debemos atender esa llamada de auxilio de nuestros hijos donde nos necesitan, nos están pidiendo ayuda, presencia, calma, empatía y esto no significa que abracemos, achuchemos y les digamos que no pasa nada.
Pueden estar experimentando por primera vez una emoción muy fuerte de rabia, enfado o tristeza y nos necesitan como nos podría necesitar nuestra pareja, amigo o madre en ese momento en el que están un poco desbordados y lo que necesitas es alguien que se siente a su lado y les acompañe, no que le de sermones y le cuente que esto es bueno para ti o de aquí saldrás fortalecido, no, a veces lo único que se necesita es saber que tu persona de referencia está ahí de forma incondicional y que te quiere.
En ese momento de rabieta es frecuente que nos lo tomemos como algo personal, como un ataque hacia nosotros, un chantaje, sentimos juicio, fracaso, miedo y el miedo no nos ayuda a nada, vamos a intentar no enfocarlo así, tu hijo tiene su propio motivo por el que está enfadado y nosotros somos los adultos que los acompañamos, alentamos y enseñamos a gestionar sus emociones.
No deberíamos dar sermones durante la rabieta porque no nos están escuchando, están desconectados. Serenidad, no es un caprichoso, no quiere machacarnos, no ha venido a este mundo a hacernos la vida imposible, de hecho lo hemos traído a este mundo pensando totalmente lo contrario.
Es una etapa que va a pasar
Tu hijo es un ser maravilloso, quiérelo, cuídalo, trátalo con respeto. Con el mismo respeto que tratas a esa amiga que te cuenta que lo está pasando mal, escucha a tu corazón que te dice qué debes hacer en ese momento, no te traslades a esa parte de tu memoria en la que tenías la edad de tu hijo.
Piensa cómo te gusta que te traten a ti cuando tienes un mal día, estás enfadado, disgustado, con rabia.. Vamos a esforzarnos por tratarlos como a esas personitas maravillosas con las que tenemos que estar conectados y que el mensaje de amor siempre llegue en cada uno de nuestros actos con ellos.
Sé que no es fácil, pero merece la pena intentarlo, cuando vemos que nuestros hijos están más conectados con nosotros, más felices, creo que es la mayor satisfacción que podemos tener como padres.
Hasta aquí el artículo de hoy. Espero que te haya gustado, servido de guía, ayuda y aliento para superar esa etapa de la vida de nuestros hijos que no es más que eso, una época más del desarrollo de nuestros hijos que va a pasar, pero que marcaremos la diferencia con nuestra forma de afrontarla, siempre desde la dignidad y el respeto que nuestros pequeños merecen y necesitan.
Si te apetece profundizar un poquito más sobre las rabieta de los peques de casa, aprender cómo funciona el cerebro infantil y adulto y esas herramientas que te van a permitir gestionar las rabietas de forma respetuosa e incluso, hacer que disminuyan en cantidad e intensidad, a continuación te dejo el enlace al Curso Rabietas de Forma Respetuosa que tienes a tu disposición en la Escuela de Educar en Calma.
¿Estáis en época de rabietas en casa? ¿Cómo las estás llevando? ¿Te resulta difícil mantener la calma en esos momentos de tensión? Si te apetece, déjame tu experiencia en comentarios, seguro que sirve de mucha ayuda al resto de familias de la comunidad.
Un abrazo y gracias por estar aquí,
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