¡Ay, el error! ¡Qué mal llevamos -todos- equivocarnos y que las cosas no salgan como esperamos o queremos!
Sí, reconozcámoslo, cuando uno hace las cosas, quiere que le salgan bien, quieres sentirte bien contigo mismo, que se valore tu trabajo, tu esfuerzo…
Pero no siempre es así.
A veces, se equivoca. Todos nos equivocamos, ¡y no pasa nada!
Sí, pertenecer a la especie humana -aunque pertenecer a otra especie no garantiza el éxito, os lo aseguro- lleva implícito equivocarse. Unas veces porque no sabemos hacerlo, otras porque el camino no es el adecuado, otras… porque, quizá, teníamos cosas que aprender por el camino.
Los niños -y los adultos- nos equivocamos, cometemos errores, y a veces frustra mucho porque nuestra intención nunca fue mala.
La ignorancia, el desconocimiento o, simplemente, la vida puede hacer que nuestras ideas o acciones no terminen de forma exitosa, eso es verdad, y debemos aprender a gestionar el error.
Modelamos con nuestro ejemplo
Ahora, en lugar de ver cómo se comportan nuestros hijos o nuestros alumnos pensemos en el ejemplo que les estamos dando continuamente.
Sí, a menudo veo a familias que hablan mucho con sus hijos. Hablan mucho, y eso es muy bueno, pero el mensaje es contradictorio con lo que hacen con sus actuaciones.
¿Habéis visto alguna vez a alguien diciendo “no grites” mientras tiene un tono de voz demasiado elevado?
Pues a ese tipo de contradicciones me refiero.
¿Cómo gestionamos nosotros el error? ¿Qué hacemos cuando nos equivocamos? ¿Nos enfadamos? ¿Nos avergonzamos? ¿Nos frustramos? ¿Necesitamos un tiempo para reflexionar sobre lo que ha pasado y así actuar mejor?
Nuestros hijos, en muchas ocasiones, parece que no nos escuchan y no nos prestan atención a todo lo que les decimos -a veces esto también nos genera frustración como padres- pero, afortunadamente, nos están mirando todo el rato.
Así que más que con palabras, reflexionemos sobre nuestros actos como adultos de referencia.
Una oportunidad de aprender
No me gustaría dejar este artículo sin poner la parte más positiva del error: aprender, mejorar, crecer.
A todos en alguna ocasión nos ha pasado: hemos estudiado muchísimo, nos hemos preparado ese examen a conciencia, pero los nervios nos juegan una mala pasa y ¡zas! Suspendemos.
Llevamos tiempo haciendo ese puzle que nos han regalado, llevamos todo el cuidado del mundo, hemos pasado tanto tiempo separando por colores, por formas… y, al final, resulta que hemos perdido un par de piezas o peor, al ir a moverlo de un lado a otro, se nos estropea un trozo y tenemos que volver a hacerlo.
Puede ser que estemos haciendo bien nuestro trabajo, pero, por causas ajenas -o no- a la empresa, decidan que nuestro puesto es prescindible.
Hay cosas que podemos controlar y otras que no. Hay cosas que son importantes y otras que no lo son tanto como pensábamos.
En los peores momentos es cuando más crecemos. Esto no quiere decir que tengamos que estar sufriendo para aprender, no, no estoy diciendo eso.
Lo que quiero decir es que en los momentos en los que perdemos la estabilidad, nos damos cuenta de que hay otras formas de mantener el equilibrio; que cuando perdemos algo querido, encontramos otras cosas que nos encantan y nos llenan de ilusión; que cuando no conseguimos la meta que alcanzábamos, habremos aprendido por el camino…
Y trasladarles esto a los niños no siempre es fácil, es cierto. Pero la vida es una carrera de fondo y, aunque con tres años sea un drama que se caiga una torre, podemos estar a su lado -no os hablo de reconstruirla rápidamente para que se le pase el disgusto- y darle aliento para que se reponga y siga construyendo, aprendiendo de sus errores y creciendo como persona.
Un abrazo y gracias por estar ahí,