El otro día me contaba una mamá que tiene un sentimiento muy fuerte rondando por su mente cada vez que sus hijos se enfadan: es ese sentimiento de frustración que comienza por la cabeza, se calienta, llega a la garganta y baja hasta el corazón mientras escuchas una voz interior de “todo lo hago mal”.
No, no lo haces mal. Haces lo que puedes y llegas hasta donde llegas.
A menudo nuestro nivel de exigencia es tan alto, tan realmente alto, que sentimos que fallamos en muchas cosas: olvidar una cita médica, cambiar el desayuno de los niños para el cole y enviarlos con fruta el día que marca bocata, no tener la ropa del fútbol lista, no saber qué se cenará esa noche…
Tranquila, respira.
Ser madre no es fácil. Sobre todo, ahora, en estos tiempos modernos en los que las redes sociales nos hacen perder un poco de vista la realidad de las personas. No todo es Pinterest, ni las vidas de todo el mundo son tan perfectas como parece.
Es normal que compartamos fotos bonitas en las redes sociales -soy la primera que intenta cambiar la mirada hacia la infancia y mirar más allá de nuestra perspectiva adultocentrista-. Pero no es único.
La vida de las personas tiene momentos más altos y momentos más bajos. Hay días en los que estás tan bien física, psíquica y emocionalmente, que te puede pasar cualquier cosa, pero tú estás bien y lo gestionas bien, de forma eficaz.
En otras ocasiones, el hecho de no haber descansado, haber tenido un mal día en la oficina, que los niños vengan “intensos”, hacen que todo parezca que se desborda.
Créeme, yo también lo experimento. Yo también tengo momentos en los que siento que no llego a nada, que me paso el día recogiendo las mismas cosas y sin las garantías de saber si todo mi esfuerzo diario tendrá sus frutos.
Y ahí es donde necesito tomarme un té calentito en soledad -aunque sean diez minutos mientras la pequeña duerme una siesta- y conectar conmigo misma, para recordar que días malos tenemos todos, pero siempre brilla el sol.
Forma equipo, entre todos es más fácil
Parece que delegar no se nos da muy bien a las madres, pero tenemos que hacer equipo siempre, con nuestras parejas y con nuestros hijos, porque somos una familia.
Apoyarnos, ayudarnos y colaborar es una buena base en la que, estoy segura, todos queremos que nuestros hijos crezcan. Así que empecemos hoy a confiar en nuestros niños, seguro que pueden hacer más cosas de las que pensamos para que nuestra eterna sensación de “no llego” se vaya transformando en “entre todos lo conseguimos”.
Espero que os haya gustado la reflexión de hoy. A veces, en esto de la crianza y la educación, se nos olvida parar y respirar para seguir el camino con aliento 🙂
Un abrazo y, como siempre, gracias por estar ahí,