Siempre te digo que los padres y las madres queremos a nuestros hijos desde un amor incondicional, pero realmente pienso que no siempre es así, aunque debería.
Quizá cuando sostenemos a nuestros bebés por primera vez, llenos de hormonas y amor, sí, es un amor sin condición.
Pero los días son largos, las expectativas se alejan de nuestra realidad y empezamos a juzgar, a criticar, a no entender y a desconectarnos.
¿Los queremos?
Sí, los queremos, pero empezamos a poner condiciones: si te lo comes todo, si me das un beso, si sacas buenas notas, si, si, si…
¿Y ellos?
Nuestros hijos son dependientes por naturaleza propia, no lograrían sobrevivir sin nosotros.
Está grabado a fuego en nuestro código genético. Y vuelven. Siempre vuelven.
Da igual la versión que vean de nosotros, vuelven.
¿Y eso qué significa?
Que tenemos derecho a equivocarnos con nuestros hijos, por supuesto, pero pensemos las cosas.
Pensemos cómo les estamos haciendo sentir.
Ellos tienen derecho a no saber hacer, pedir, mostrar… ellos vuelven pero no todo valdrá. No siempre. Igual un día es tanto el dolor que no pueden volver y necesitan protegerse (de nosotros).
No importan tanto el decir “te quiero” como demostrar que son importantes, valorados y queridos, nuestros hijos no tienen ningún compromiso con nosotros. Ese se adquirió al traerlos a este mundo y asumir que tenemos que darles alas para volar, raíces para volver y motivos para regresar.
¿Qué te parece esta reflexión? ¿Te hace pensar? Déjame tu opinión en los comentarios.
Un abrazo y gracias por estar aquí,
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