Muchas familias aún castigan a sus hijos cuando los niños se comportan mal. Sin embargo, deberíamos comenzar explicando qué es eso de portarse mal porque, en demasiadas ocasiones, somos los adultos los que no terminamos de estar de acuerdo en qué es un mal comportamiento.
Entendiendo el mal comportamiento
Sí, puede parecer contradictorio pero es más simple y sencillo de lo que parece. El comportamiento de los niños, en muchas ocasiones, se debe principalmente a su desarrollo y maduración propia en la edad.
Para muchos adultos será una locura que un niño de cuatro años no aguante en un restaurante durante las tres horas que dura una comida con su sobremesa incluida. Es normal ver a los niños corriendo por un restaurante mientras los padres se muestran estresados y los comensales de mesas alrededor molestos por una situación incómoda para todos. Y es que los niños, en este caso, no se están portando mal. Están siendo acordes con su desarrollo y maduración propias de su edad. Están siendo niños de cuatro años con una necesidad de pulsión que hace que necesiten moverse como el respirar.
En otras ocasiones vemos a niños que están, por ejemplo, en una biblioteca y no han asimilado aún, por su corta edad, que debemos de mantener silencio para respetar el estudio de los demás. Es una norma que para ellos no se ha adquirido y, sin embargo, no creo que la mejor solución sea no acudir con ellos a un sitio tan maravilloso como es una biblioteca.
En esta ocasión habría que pensar en la edad que tiene el pequeño, ir recordando la norma del silencio y, si vemos que es algo que no puede controlar, salirnos con él, volver a hablar y, poquito a poco, irá interiorizando esta norma y sabrá estar en una biblioteca disfrutando del placer de estar rodeado de libros.
¿Y entonces no debemos castigar?
Pues el castigo no es un método respetuoso que funcione para que los niños y niñas adquieran habilidades sociales y de vida a largo plazo. Me encantaría decir que el castigo no funciona pero, realmente, en el momento, sí que es eficaz. Funciona porque hablamos de conductismo y proporciona una acción-reacción inmediata.
Sin embargo, el castigo va a depender de que estemos presentes y de que tomemos partido y juzguemos los actos.
No es lo más recomendable porque generan en los niños -y en los adultos- rebeldía, retraimiento, deseos de revancha y resentimiento.
Seguro que no hay muchas familias por aquí que deseen que sus hijos tengan estos sentimientos por ellos. Seguro que no.
La ciencia ya nos ha dicho en varias ocasiones que el castigo no es eficaz para educar a personas adultas competentes, responsables, líderes y con una capacidad de gestión emocional completa.
3 motivos para dejar de castigar a tus hijos
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No es respetuoso y no mantiene un trato en el que la dignidad esté presente y sea uno de los cimientos en nuestra relación.
Las relaciones basadas en el respeto y en relaciones horizontales tienen principios tales como tratar a los demás como te gusta que te traten a ti. En el momento en el que se mete un castigo, estamos hablando de un cambio en el paradigma y la relación pasa a ser vertical en el que hay uno que gana y otro que pierde, uno que manda y otro que obedece.
Para mí no tiene nada que ver marcar límites claros con un mensaje claro y firme pero amable a la vez con relaciones basadas en el autoritarismo. Los padres tenemos autoridad simplemente por ser los padres, pero podemos ser -y debemos ser- los mejores modelos de relación con nuestros hijos y el sometimiento y la humillación no son buenos compañeros de vida.
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Es arbitrario y depende del adulto, del momento y de cómo te pille esa acción, por lo que se pueden evitar mensajes demasiado contradictorios.
Quizá para mí es motivo de castigo que mi hijo no quiera comerse las espinacas mientras que a la abuela o en el comedor piensen que no le gustan y no pasa nada por comer más de otra cosa, por ejemplo.
El hecho de castigar al niño sin comer o sentado en la silla de pensar para que valore la comida no va a hacer que se coma las espinacas. Y si le dejo las espinacas para cenar o desayunar, no le van a gustar, va a pensar que soy injusta y que yo como de aquellas cosas que me gustan, y querrá “hacerme pagar” esta falta de respeto hacia él de alguna manera.
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El castigo no permite que el niño vaya interiorizando normas de conducta sociales y aprendiendo de sus errores, sino que se somete al castigo e intentará evitarlo con todas sus fuerzas por lo que aparecerá la mentira, las faltas de respeto, la ausencia de responsabilidad ante sus propios comportamientos…
A través del diálogo, la reflexión, las preguntas abiertas y el respeto conseguimos que los niños vayan creciendo con valores que nosotros mismos, como adultos, mostramos, les ofrecemos alternativas para “reparar” sus errores, empatía para “sentir” lo que pueden estar experimentando los demás y teniendo una dependencia interna, es decir, la única aprobación que necesitan es la suya propia, nunca la de los demás. Ellos se mostrarán como niños seguros y adultos seguros con sus decisiones, conociendo que la libertad y la elección llevan consigo implícita la responsabilidad ante sus acciones y éstas no dependerán de lo que otros decidan.
Es importante saber que cuando estamos educando necesitamos tener paciencia, tiempo para practicar y aceptar el error puesto que de él también se aprende y mucho. No queremos adiestrar a nuestros hijos, queremos educarlos y lo que hagamos en el presente tendrá consecuencias en el futuro.
Hasta aquí el artículo de hoy, espero que os haya gustado y os sirva.
Si quieres aprender alternativas respetuosas y eficaces al castigo, te animo a participar en el taller presencial del próximo domingo 24 de febrero de 2019 en Casita de Inglés (Majadahonda). Puedes ver la información completa aquí
Y si necesitas que hablemos a nivel personal,
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Un abrazo y gracias por estar aquí,
Y si quieres escuchar el artículo en formato podcast, aquí te dejo el enlace directo: