Hemos llegado a ese punto en el estamos cansados de etiquetas, de moldes que debemos seguir, de estereotipos de los que no nos podemos salir y no queremos que nuestros hijos tengan que pasar por ellos; así que ha llegado el momento de liberarnos y liberarlos de ellas.
Seguro que te suena lo que te voy a contar. Te pongo en situación: nace tu bebe, estáis felices por tenerlo ya en vuestros brazos y llegan las primeras visitas… Si el bebé llora porque tiene hambre, sueño o quiere estar en los brazos de su madre, pronto empezaremos a escuchar que «pronto ha empezado», «ya está marcando sus normas», «que se acostumbre a llorar para que se le ensanchen los pulmones» y un sinfín de opiniones variadas y contradictorias.
El bebé crece y comenzamos a escuchar comparaciones a tutiplén: «a su edad tú hacías», «a su edad su hermano hacia», «a su edad mi hijo hacia», «a su edad Mozart hacia»… ¿Os suena? Es un no parar de comparaciones, como si ellos estuvieran en la salida cuando nacen y tuvieran que hacer continuos sprints para llegar a la meta.
Y luego vamos a la parte de los estereotipos o esas normas no escritas que todos deberíamos de cumplir, si queremos pertenecer a esta sociedad: los niños de azul, las niñas de rosa; los niños juegan a las guerras, las niñas a las mamás; los niños son de fútbol, las niñas de ballet; los niños ingenieros, las niñas veterinarias; y así muchas otras líneas marcadas… Ésto último, afortunadamente, llevamos años en los que no se está dando en la escuela, aunque aún se ve en algunas familias. Se cree que la mujer tiene «habilidades» diferentes y que hay carreras que no son para ella, cuando está más que demostrado que las mujeres -igual que los hombres-, podemos estudiar cualquier cosa que nos propongamos y trabajar en diferentes sectores siendo brillantes al igual que ellos.
Pero si no nos gusta el tema de los estereotipos, comencemos por no ejercer presiones con los niños desde el principio, ni por intentar que ellos sean lo que a nosotros nos hubiera gustado ser. Los niños, son personas independientes de sus padres, con gustos y aficiones distintas y con posibilidades ilimitadas para conseguir todo aquello que se propongan. Y cuando hablo de la infancia me refiero a que los niños pueden -y deben- jugar con muñecas (al hacer juego simbólico, están imitando a sus padres; no quieren ser «mamás»), no pasa nada porque las niñas jueguen con coches y hagan carreras, juego duro y no sean «finas y delicadas».
Y con las chicas reconozco que no hay tanta presión pero, al ser madre de dos varones, he tenido que escuchar de cada barbaridad -algunas hechas desde la boca de las mujeres- que se ríen o se meten con ellos porque paseen un carrito, preparen un café o quieran pintarse las uñas de los pies… ¡Increíble!
Y no, no pasa nada. No hay ningún estudio que demuestre que el hecho de que un niño juegue con muñecas o lleve pintadas las uñas haga que su orientación sexual se defina o cambie. No pasa nada, en serio. Dejemos de meterles en la cabeza que hay cosas de chicos y cosas de chicas. Hay cosas de personas y a ti, personalmente, te pueden gustar más o menos, pero hay cosas aptas o no aptas para el ser humano.
Hace unos años no era tan habitual ver a chicos con las orejas perforadas y se decía -que yo lo he escuchado- que los pendientes eran cosas de chicas… Hoy no es raro ver a chicos jóvenes con pendientes o piercings en distintas zonas de su cuerpo -al igual que las chicas-. Es una cuestión cultural y personal, pero queda demostrado que no hay cosas de hombres o de mujeres.
Hagamos un mundo más justo, más igualitario, menos diferenciado, porque queremos igualdad entre los dos sexos; queremos corresponsabilidad en la casa y la familia, y eso sólo se puede conseguir apartando estereotipos y dejando que los niños sean niños, se críen sin diferencias y permitiendo que ambos sexos se impliquen en la vida de la misma forma -recuerda que todos debemos quitar la mesa, por ejemplo; los chicos no tienen derecho a estar sentados, mientras las chicas hacen las tareas de chicas-.
Un abrazo y gracias por estar ahí
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