¿Os suena el efecto Pigmalión? Seguro que a muchos de vosotros sí. También imagino que ha sido una revelación para muchos al ver el anuncio de televisión que salió hace unos meses y, la verdad es que me alegro de que se usara este anuncio para mostrar cómo nuestras expectativas y palabras tienen un gran poder tanto en la infancia como en la edad adulta.
Os cuento un poco sobre el “Efecto Pigmalión”: en los años 60 del pasado siglo XX, el psicólogo Robert Rosenthal publicó un artículo sobre cómo las expectativas afectaban directamente a los resultados de aquello que se estaba investigando. Junto con la directora de un instituto público de California publicó años más tarde “Pigmalión en las aulas”, un estudio famoso en el que se observa cómo las expectativas están presentes también en clase.
El estudio consistió en seleccionar a 320 alumnos de 6 aulas diferentes y pasarles un examen. Todos, más o menos, tenían la misma capacidad intelectual. Ninguno despuntaba ni por arriba ni por abajo. El siguiente paso que dieron fue seleccionar a un pequeño grupo de esa muestra al azar con un total de 65 alumnos. De ellos escribieron unos informes falsos en los que avisaban a los profesores sobre las grandes capacidades de esos alumnos y de cómo podían esperar grandes cosas de ellos.
Al acabar el curso volvieron a repetir la prueba de inteligencia a los 320 alumnos y se sorprendieron con los resultados: los alumnos más brillantes eran justamente los que habían elegido para hacer los informes falsos.
¿Cómo es posible esto? Muy sencillo. Los profesores, al tener estos informes, crearon expectativas altas de esos alumnos y, de forma inconsciente, el trato hacia ellos cambió. Sí, suena feo pero todos cambiamos. No es lo mismo si pensamos que un alumno no ha entendido algo porque “está hablando”, “está distraído” o “tiene otras cosas en la cabeza”, que si pensamos que no lo ha entendido porque igual no lo hemos explicado correctamente.
Y lo más curioso es que afectaba a toda la muestra pero la diferencia en las pruebas era aún más destacable cuanto más pequeño era el alumno. Por lo tanto, se puede deducir que, cuantos más pequeños somos, más capacidades tenemos para desarrollar si creen en nosotros.
Por eso hoy escribo sobre este estudio, aunque concretaré más cosas y algún mito que hay por ahí más adelante. Quiero que los padres y educadores, con independencia de la edad que tengan nuestros hijos o alumnos, empecemos a mirarlos como lo que son: bebés, niños o adolescentes capaces de dar lo mejor de sí mismos si creemos en ellos.
Sé que transmitirles confianza no siempre es fácil. Sé que todos llevamos mochilas a nuestras espaldas con “frases hechas” del tipo “te vas a caer”, “tú no vales”, “nunca se te dio bien”… Dejemos esas frases a un lado. Dejemos de hacer pronósticos o profecías negativas sobre ellos y empecemos a apostar por ellos en cada pequeño acto que decidan hacer. Estemos a su lado, siempre, de forma incondicional pero sin hacer juicios antes de nada. Dejemos que nos sorprendan y apoyemos con nuestros actos y con nuestras palabras sus propósitos. Creamos en ellos para que puedan creer en sí mismos. No pongamos límites a los niños y recordemos el Proverbio árabe:
“Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas”
Un abrazo y gracias por estar ahí,