#UnCasoReal: Cambio de carrera, ¿y si vuelve a equivocarse?

FECHA

Como cada viernes, vamos a resolver un caso que ha llegado al blog. Es una de las cosas que más me gustan de este blog: tener contacto directo con vosotros y poder ayudar, tanto a la persona en concreto, como a otras que se encuentren en la misma situación. Así que, si tenéis cualquier duda y pensáis que os puedo ayudar de alguna manera, podéis escribirme a contacta@educarencalma.com

Esta vez, la consulta es de una madre de un adolescente (o joven, según se mire) que ha decidido cambiarse de carrera tras un año en el que no ha disfrutado del mundo universitario, aunque detrás hay mucho esfuerzo, tanto en horas de estudio como en la parte económica por parte de los padres. Las preguntas y dudas por parte de la familia, como os podéis imaginar son varias:

  • ¿Y si se equivoca?
  • ¿Y si tampoco es lo que espera?
  • ¿Y si pierde otro año?
  • ¿Por qué ha cambiado tanto?

La adolescencia… ¡qué recuerdos! A veces creo que todos deberíamos tener un diario para escribir durante estos años y, cuando seamos padres de hijos adolescentes, releer aquellas historias en las que anotábamos las cosas que nos quitaban el sueño (a pesar de ser “tonterías” para nuestros mayores). ¿Os acordáis de vuestra adolescencia? ¿Recordáis aquellos años?

Por suerte o por desgracia, no es una época que me pille demasiado lejos, aunque reconozco que han pasado cosas en mi vida fundamentales que me hicieron perder la mirada adolescente. Y no, no estoy hablando de ningún embarazo durante mi adolescencia. No tuve ningún episodio que me hiciera “disfrutar menos” de aquella etapa.

Pero sí, es verdad que, cuando echo la vista atrás, recuerdo con cariño aquellos años de incertidumbres, de no saber bien qué asignaturas te gustaban más o de cuáles podrías prescindir. Recuerdo no tener claro si quería seguir los consejos de mis padres sobre mi futuro estudiantil y laboral o quería hacerle caso a mi corazón y estudiar algo vocacional.

Os confesaré que hice dos años de ingeniería. Las notas de bachillerato y selectividad me dieron para que pudiera cursar una carrera así y seguí el consejo de mi padre: sería ingeniera (aunque luego haría el CAP –ya no existe- y daría clase que era lo que me encantaba). Tras la impresión inicial del mundo universitario, los turnos de tarde, la falta de control de asistencia, alguna que otra fiesta y muchos cafés entre risas, me di cuenta de que aquello no me gustaba. No me gustaba estudiar aquello. Ni lo entendía ni quería entenderlo. Estaba perdiendo mi esencia, mi ilusión, mis ganas de comerme el mundo…

Hice un segundo año por si me quedaban dudas. Aprobé alguna, es verdad, pero no me gustaba la carrera. Me encantaban mis compañeros, relacionarme con la gente y hablar con los profesores. Me encantaba lo bien que explicaban y se aproximaban a los alumnos, pero no quería ser ingeniera. Lo mío era la docencia, cada vez lo tenía más claro.

Y me cambié de carrera, sí. Si os digo que mis padres estaban encantados, mentiría. Mi padre se llevó un buen disgusto por tener unas expectativas no reales sobre su hija. Con el tiempo aprendí que de eso yo no era la responsable –evidentemente-. Mi madre se lo olía todo. Como ella dice, una madre es una madre y me veía infeliz, así que, si el cambio para mí era positivo, allí estaría.

Cambié de universidad, de compañeros, de carrera y casi de vida, porque estudiaba y trabajaba durante todo el día. Y, sin embargo, nunca me han brillado tanto los ojos. Absorbí todo cuanto pude. Hubo profesores que me fascinaron tanto con su forma de transmitir, de ilusionar, de formar maestros, que lloré días cuando todo se acababa. Fueron tres años que pasaron muy deprisa, como todo lo que ocurre mientras eres feliz.

¿Perdí tiempo? ¿Me equivoqué? Eso solo lo dice el tiempo. La felicidad no está en un futuro laboral que hoy se espera que sea próspero en una u otra carrera universitaria. Nadie tiene la certeza de que aquellos estudios vayan a ser muy demandados dentro de unos años. Nunca sabes dónde triunfarás o brillarás, si no apuestas.

El mejor consejo para estos casos es decir que solo se puede brillar en aquello que nos encanta, nos apasiona y por lo que no nos importa “gastar” nuestro tiempo. Y, a pesar de que nos encante nuestro trabajo, recuerda que todos estamos deseando dejar de “trabajar” para disfrutar de la vida haciendo otras cosas por las que, habitualmente, ni siquiera nos pagan (y, a veces, incluso nos cobran: recuerda esas clases de pintura o tango…).

Perder un año, dos o tres no es importante, de verdad. En una vida media de una persona que podremos calcular que durará unos 80 años –aunque se dice que la generación que vivirá hasta los 100 ya ha nacido-, “gastar” un par de años no es nada. Cada paso en el camino nos llena de aventuras, de experiencias, de vivencias… ¡Y eso también es vida! Empezar a trabajar con 25 o con 27 da igual. La sociedad cada vez está demandando a personas más versátiles, que tengan facilidad para hacer cosas únicas, para aportar al mundo lo que saben hacer. Necesitamos personas felices que sean eficaces y eficientes, que brillen, que brillen mucho porque el mundo necesita tener genios, creativos, creadores…

Acertar o no, solo dependerá de su elección; pero mejor si la decisión la toman ellos, ¿verdad?

Un abrazo y gracias por estar ahí,

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