#UnCasoReal: Cuando las rabietas son de día y de noche

FECHA

Volvemos un nuevo viernes con un caso real que ha llegado al buzón de entrada y que no es infrecuente que me pregunten. Todos hemos oído hablar de las rabietas en los niños, los enfados, las pérdidas de control emocional y la intensidad que suelen tener entre los 2 y los 4 años. Prometo escribir un post largo y tendido para hablaros del tema, pero antes, vamos a intentar dar solución a esta mamá que está preocupada por la intensidad de las rabietas de su pequeña.

Para que os pongáis en situación es una niña que tiene 22 meses y suele tener intensas rabietas o momentos de estrés acompañados de rabia, tensión, llanto descontrolado y sin consuelo; lo que genera que sus padres se pongan nerviosos y no sepan cómo reaccionar con ella. Piensan que es pequeña para tener este tipo de comportamientos y que quizá han cometido algún error a la hora de criarla y educarla durante este tiempo, ya que los abuelos, en alguna ocasión, les han recomendado mano firme (y algún “cachete”).

Las rabietas en los niños son una etapa normal que aparecen entre los 2 y los 4 años en todos los niños (aunque los abuelos no se acuerden de que sus hijos las pasaron, creedme, lo hicieron). A veces se presentan unos meses antes y otras veces unos meses después, pero llegan.

¿De qué dependen? Pues de su maduración. Hay niños que tienen buen carácter y la sonrisa puesta hasta los 28 meses y otros hasta los 18 y, a partir de ahí, se dan cuenta de que son personas diferentes a sus padres (especialmente de la madre, con la que guardan una unión más profunda por eso de la gestación), pueden tomar sus propias decisiones y comienzan a querer tener su propia identidad.

¿Es algo negativo? No; podemos estar tranquilos. No es nada negativo y no significa que lo hayamos hecho mal como padres; simplemente necesitan demostrarnos y demostrarse a ellos mismos que son personas diferentes a nosotros y toman decisiones distintas.

¿Qué podemos hacer para ayudarles? Pues podemos trabajar la empatía –nosotros- y la paciencia –que nunca nos va mal-. En medio de una rabieta es muy difícil dialogar con los niños porque su cerebro ha desconectado la parte racional y está en plena emoción –muchas veces frustración, enfado, cabreo monumental- y, así, hablar es complicado. Pensemos qué nos ocurre a los adultos cuando nos enfadamos mucho y estamos “en caliente”: decimos cosas que no queremos decir; hacemos cosas que no queremos hacer.

¿Qué pasa cuando en plena rabieta nosotros también nos enfadamos? Pues que tenemos un problema grande porque debemos gestionar nuestro enfado o el del pequeño/a; así que es mejor no perder la calma, intentar empatizar con ellos, descubrir qué querían conseguir o hacer, intentar llegar a algún acuerdo, dialogar…

¿Y si nos muerde, pega, grita? Los niños, como ya he dicho, desconectan la parte racional del cerebro –en pleno desarrollo- y sale la parte emocional y primitiva del cerebro. Estos comportamientos como morder, pegar o chillar son comportamientos primitivos que tenemos, como mamíferos que somos, para mantener nuestra supervivencia. No os voy a decir que sean comportamientos idóneos en los niños, pero hay momentos en los que se “defienden” de su ataque –aunque no hayamos querido hacer nada en su contra- a través de la violencia. Por supuesto, no creo que haya que decir que enseñar a un niño que no se pega pegándole un cachete no queda ni lógico, ni es lo más coherente. No se pega a los niños bajo ningún concepto, al igual que no se pega a nadie. La violencia solo genera violencia, no lo olvidéis.

Hablad, hablad con ellos, aunque parezca que no escuchen; hablad con ellos y explicadles que las cosas hay que dialogarlas; hay que llegar a acuerdos, a pactos, pero que la violencia no es una opción válida. Y sobre todo, queredlos. Queredlos mucho y estad cercanos a ellos, porque en esos momentos de frustración, de rabia, de desconsuelo, necesitan saber que nos tienen, que queremos ayudarles, estar cerca de ellos, ayudarles a gestionar esos sentimientos… Pensad que es muy complicado, cuando no se tienen habilidades lingüísticas completamente desarrolladas, intentar pedir las cosas. Que no siempre los entendemos y no siempre queremos entenderles. Que no es fácil ser pequeño y que las emociones ellos las viven como todo o como nada.

Así que queredlos, ofrecedles abrazos –respetar si no los quieren-, bajad a su altura, mirar sus ojillos e intentad sabed qué les ocurre y cómo podéis ayudarles. Habrá cosas a las que podamos ceder y otras que, por seguridad o porque las normas familiares o de tráfico nos dicen lo contrario, haya que acatar, pero podemos explicárselas, ¿verdad?

Tratad a los niños como se merecen o mejor; es la única forma de cambiar el mundo. Y para los padres de este caso concreto, intentad mirad cómo es su día a día: si puede estar cansada, si puede ser hambre o sueño, si os está reclamando tiempo en familia, tiempo en exclusiva para ella para que juguéis, leáis o disfrutéis juntos. Y queredla mucho. Es una etapa, de verdad. Luego pasa y nosotros habremos sido sus modelos de buenas conductas para gestionar sus emociones. Si nosotros nos alteramos, chillamos o imponemos, no podremos pretender que sean personas dialogantes.

Calma, mucha calma y amor. Y recordad que, aunque no seamos perfectos, somos los mejores padres para ellos, porque los queremos por encima de todo y queremos lo mejor para ellos. Así que pensad en vuestros hijos, pensad en sus necesidades y hablad, hablad mucho con ellos. Todo queda grabado en ellos.

Un abrazo y gracias por estar ahí,

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