Papá, mamá, ¿qué es la amistad?

FECHA

Hace unos días me contaban unos padres una situación muy desagradable que habían vivido junto a sus hijos y deseaban que la contase en el blog para que todos seamos conscientes de que nuestros hijos nos necesitan para aprender sobre modelos y formas de relacionarnos con los demás.

La situación

Este matrimonio me contaba que están pasando unos días en un pueblo pequeño en el que es normal acudir a la plaza del pueblo por la noche para que los peques jueguen y gasten sus energías aprovechando que ya no hay sol.

Su hijo, de cuatro años, se acercó a un grupo de niños mayores que tenían un balón y que jugaban al futbol. Los padres, mientras, se sentaron en un banco sin quitar ojo del pequeño.

Empezaron a notar que el niño corría solo. Primero una carrera, luego otra, luego un gesto de uno de los mayores, luego otro… Y, mientras, el pequeño, corría, carrera tras carrera.

Enseguida vieron que los niños estaban cansando al pequeño para quitárselo de en medio.

Llamaron a su hijo y le explicaron que eran niños mayores y que llevaban otro ritmo, a lo que el niño les dijo “son mis amigos, estamos jugando a correr”. La inocencia de los cuatro años no le permitía ver que el único que corría era él.

Los padres no dijeron más. Cerraron la boca y continuaron mirando.

En un momento determinado la madre escuchó “vete y le pegas a ese”. Y ya no se estuvo quieta. Se acercó a ellos y les dijo “estoy convencida de que cuando vosotros tuvisteis cuatro años, la gente era generosa con vosotros. Seguro que también lo seréis con él”. Sonrió y se dio la vuelta.

Otra vez la misma historia

La noche siguiente volvieron a la plaza. Esta vez, el pequeño llevaba la pelota de futbol para jugar con “sus amigos mayores”. Se acercó a ellos y les invitó a jugar.

Nuevamente, continuaron riéndose del pequeño tirándole el balón lejos, haciéndole correr o tratándolo como si no fuera persona o no se enterase de nada.

En un momento dado, le dijeron que fuera a una punta de la plaza y, mientras corría rápido, los mayores se escondieron. Sus padres lo llamaron y hablaron con el pequeño.

“Cariño, estos niños no son tus amigos. Un amigo nunca te haría esto”

“Papá, ¿dónde han ido?”

“No lo sé, pero se han ido y te han dejado aquí”.

“Eso no se hace”.

Nueva oportunidad

Enseguida vieron un grupo de la edad del niño y lo animaron a presentarse ante esos nuevos niños. Tenían un balón de las tortugas ninjas y empezaron a hablar. Al rato, sacó su balón de futbol y empezaron a jugar.

Sus nuevos amigos empezaron a llamarlo por su nombre. “Te estamos esperando para tirar la falta” “Ya, es que necesitaba beber agua”.

¡Qué diferencia con lo que había vivido minutos antes! Ahora él era importante, tenido en cuenta, pertenecía a este nuevo grupo de “amigos”. Esto es tener amigos.

Estaban solos

Al rato aparecieron los mayores y el padre se acercó a ellos: “Así no, chicos. Lo que habéis hecho no está bien. Sois mayores y habéis jugado con la inocencia y la buena voluntad de un niño de cuatro años. Os ha traído su balón para jugar con vosotros y, sin embargo, le habéis mentido para dejarlo solo. No está bien y os lo tengo que decir. Seguro que sabéis tratar mejor a las personas, a todas, incluyendo a los niños”.

Y es que este grupete no tenía a nadie a su alrededor. No eran mayores, pero tampoco pequeños. Están en esa edad entre los 9 y los 12 en los que no son niños, pero tampoco jóvenes, no quieren ver a sus padres cerca, pero necesitan que alguien los observe y les diga qué está bien y qué está mal.

Necesitan que cuando se relacionan con otros niños no haya abusos ni modelos en los que los mayores se ríen de los pequeños, porque si no, se propaga este modelo.

No se debe normalizar este tipo de relaciones y, como siempre os digo, somos modelos de buenas conductas. Esos niños necesitarían tener a sus padres cerca, observando y sin intervenir en muchas ocasiones, pero sí atentos para cuando se produzcan momentos así. Porque todo no vale. No vale el “no me has visto” para que no me regañes.

Para la reflexión

Todos tenemos derechos y deberes, pero el deber de cada persona es ser la mejor versión de sí misma, ayudar a la comunidad en la que crece y colaborar con ella.

Es fácil reírse de un niño pequeño porque es inocente, pero pronto pierden la inocencia para “hacer pagar” lo que le hicieron o como se ha normalizado pues seguir esa espiral de violencia. Porque sí, es violencia. No tener respeto a una persona, tenga la edad que tenga, es violencia. Y no se debe permitir.

Hay que actuar, con buenas palabras, de forma amable pero firmes para que esos momentos no se repitan. Este niño de cuatro años tuvo a sus padres, pero, ¿qué hubiera sentido si se hubiera quedado solo? ¿qué le podría pasar por la cabeza?

Todos merecemos un trato exquisito. Todos y los pequeños, más aún, porque absorben su entorno y merecen tener un mundo mejor.

Hasta aquí el post de hoy, espero que os haga reflexionar tanto como a mí.

Un abrazo y gracias por estar ahí,

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